domingo, 3 de octubre de 2021

Los Muchos Nombres de la Espada.

    Es el año 30.000 A.C., y el mundo es frío y salvaje. Sobre una planicie helada, una horda de lobos cercan lo que queda de una tribu sin nombre, con la intención de terminar lo que el hambre ya ha empezado. Desesperados, las presas alzan sus rostros suplicantes al cielo, y lo encuentran gris, e indiferente. Hasta que un rayo abre las nubes en canal. La tormenta llega con un rugido. Otro rayo ilumina una loma cercana; allí se alza una silueta. La silueta levanta el brazo; su mano sostiene una vara envuelta en llamas. La tormenta estalla, ahora con lluvia, y un mar de ojos hambrientos encuentran al hombre sobre la loma, algunos con miedo, otros con esperanza. El hombre salta, y corre hacia las bestias hambrientas. La tormenta ruge sobre el como un león. 

Es el primer evento, y el tiempo se estremece, creando una línea en la que primero y último ya no tienen sentido. Como dos espejos enfrentados, la imagen se expande hacia atrás y hacia adelante hasta el infinito. 

Es el siglo VI. La guerra devora una tierra de bosques y pantanos, y a aquellos que deberían protegerla. Enemigos de dentro y de fuera asolan por doquier, como un fuego de verano. Es una época oscura, de muerte y traición, y de poca esperanza. Hasta que el hombre saca la espada de la roca, y se alza, y sostiene Excalibur en alto sobre la tierra muerta. En la mano del Rey la espada refleja el Sol, y sana la tierra y a los hombres sobre ella.

Es el siglo XI. Las naciones caídas de una tierra orgullosa se revuelven en sus bastiones. Llega la hora de alzarse, de empuñar lanza y espada, y cabalgar hacia el sur. Pero es necesaria una chispa que prenda las llamas de la Reconquista. Exiliado, caído en desgracia, y perseguido por ambos bandos, el Señor de la Guerra empuña Tizona. Un pueblo de rodillas se pone en pie, y la sangrienta espada torna el fuego en infierno.

Se enfrentó a dioses y hombres lobo en las manos del príncipe y tomó para si el siniestro nombre de Gram. 

Bailó y festejó en las manos del Poeta Inmortal del Este, donde también segó los campos y desgarró el viento bajo el nombre de Kusanagi.

Desde la tundra prehistórica hasta el gran reino de los Francos, la imagen de la espada y aquel que la empuña se extiende como un fractal, al mismo tiempo origen y continente de si misma. A través del tiempo y el espacio incontables ojos se ensombrecen de miedo con la visión de una infinidad de soles centelleando en su filo, y se escucha el eco de infinitas hojas cantando al salir de sus vainas, un coro metálico que anuncia la llegada del día y el resurgir de la esperanza para unos, y el terror y la muerte para otros.

Y así será hasta que la Última Espada se envaine, y sus avatares pasados lo hagan también, para envejecer y oxidarse en las sombras de su hogar.


sábado, 2 de octubre de 2021

Sargón a la ciudad de Umma llegó.

Junto al sinuoso camino se alzaba una loma, y sobre ella se detuvo una silueta. El joven oteó la distancia durante un tiempo, y después se sentó sobre la tierra rojiza, apoyando su espalda contra el tronco de un solitario olivo que allí crecía. El sol caía, y el día moría, y el joven esperó.

Encendió un pequeño fuego, y entre él y el fuego colocó una tablilla roja, cubierta por un trozo de cuero. El emblema de cera púrpura de un rey cerraba el envoltorio, y su contenido. Ni una sola vez había sentido la tentación, ni la necesidad de abrirlo. Ni sello ni hechizo podrían ocultar lo que contiene el papel. Cuando un hombre carga con su condena, lo sabe.

Fue por esto que, por primera vez, el joven dudó. Pues era en ese momento, frente a la ciudad que le vería morir, cuando comprendió realmente lo que estaba en juego. Como una llave que encuentra al fin su cerradura, el mensaje real reveló por fin sus verdaderas dimensiones ante las enormes puertas de la ciudad. Aquella noche se volvió sentencia; la Muerte escrita en piedra roja.

Ve, y serás Rey.”, le había dicho la Luz. El joven negó con la cabeza, frustrado ante su propia estupidez, su propia ingenuidad. Él, un simple jardinero, no podía ser Rey. Se sentía doblemente condenado por haberse dejado engañar y, al mismo tiempo, por haber perdido la fe en su Señora, cuya Luz tan claramente había visto y sentido aquella lejana mañana, junto a aquel lejano río.

Perdió la esperanza, con los ojos enrojecidos fijos en la tablilla real, y su mirada pasó a las llamas. Una voz susurró en su interior.

Hiciste un juramento. Ya sea con corona o azada, la palabra es el hombre, y el hombre es su palabra.”

El joven cerró con fuerza los ojos y agachó la cabeza, y murmuró, como rezando:

Mi Señora Inanna, nadie me sigue, y nadie me seguirá si muero. He recorrido el camino solo, y solo voy a morir.”

Abandona el miedo. Deja que te pase, y déjalo atrás, pues no estás solo.”

La voz se fue con una suave brisa que acarició el rostro compungido del joven, y el silencio más absoluto se hizo durante unos instantes.

Después, el suelo tembló, y las ramas del olivo se sacudieron. Hubo un ruido como de tormenta, el rugir de los truenos, y unos relámpagos púrpuras iluminaron la loma. La tempestad bullía a la espalda del joven, que se volvió despacio. Un fuerte viento sopló, y levantó grandes nubes de polvo. De forma tan repentina como había llegado, el vendaval cesó, los truenos callaron, y la oscuridad volvió a reinar en la noche.

El joven fue a incorporarse, pero algo le detuvo, y la sangre se le heló en las venas.

Donde había estallado la súbita tormenta se alzaba ahora una figura encapuchada. Parecía ir protegida por una extraña armadura, y por encima vestía una larga túnica verde. Las llamas arrancaban destellos del metal, y cuando se retiró la capucha, el joven se encontró con la mirada fría e impasible de una máscara de acero.

La mujer inclinó la cabeza, y resopló, agotada.

Sargón, nacido en la ciudad de Azupiranu, criado por Akki en la ciudad de Kish. ¿Eres tu?”

¿Cómo sabéis quién soy?”, respondió Sargón. “¿Acaso mi Rey no podía esperar a que su vecino acabase la tarea? ¿Tanto anhela verme muerto?”

No me envía tu Rey. Ni tenemos tiempo para esto, me temo”

¿Te envía Ella?”, susurró. “¿Mi Señora Inanna, para que no fracase, para que encuentre el camino?”

Así que la has visto. Como dicen las leyendas.”

En la mirada del joven sólo había desconcierto. Asintió despacio.

Vi su Luz, y la vi a Ella, y escuché su Voz, y su mensaje. Se me apareció junto al mismo río en el que renací. Por Ella estoy aquí.”.

Lo siento, chico, no me envía ningún dios.”, dijo, y tras unos segundos, volvió a preguntar.

¿Temes a la muerte, Sargón?”

Sargón paseó su mirada por las antorchas que brillaban en la ciudad, hasta que se detuvo en la tablilla cubierta que aún seguía sobre el suelo, frente a la hoguera.

Si.”

No la temes sin razón.”

La mujer levantó la mano y señaló con un dedo de acero a la ciudad. Sus ojos sonreían feroces bajo el metal.

Allí te espera. No he venido sola, me temo. Verás, Sargón, vengo de caza, en pos de alguien como yo. Alguien que ha cruzado una distancia infinita solo para matarte.”

¿Y de dónde vienes tu?”, preguntó Sargón.

Vengo de un mundo como este…pero que está más allá.”

¿Cómo puede ser igual que este? ¿Cómo puedes tu salir de las sombras envuelta en la tormenta, y decir que no sirves a los dioses?”

Muchos mañanas nos separan, Sargón, pero la sangre que corre por nuestras venas es la misma.”

El joven guardó silencio unos segundos, cavilando.

Entonces, sí que iba a morir esta noche. Nunca iba a ser Rey.”, dijo al fin.

He venido para que eso no ocurra. Sobre esta tierra roja te doy mi palabra. Sargón I el Grande, Rey Legítimo, serás el primero de muchos, y por tanto, permanecerás por siempre como Rey de Reyes.”

El joven contempló el rostro duro y serio frente a él, y los ojos cansados, que asomaban tras la máscara, ahora ardían fieros, y allí encontró la verdad. La duda y el miedo fueron arrastrados por la férrea determinación de la mujer, y la esperanza que le traía avivó las llamas de su fe.

Vamos.”, dijo, y se puso en marcha, sin volverse para mirar atrás.

La mujer observó desde la loma como cruzaba las puertas, y entonces hubo un trueno, un fuerte viento, y sobre la loma quedó solo el olivo, y una tablilla real envuelta en cuero, y mientras Sargón recorría impávido las calles de Umma, como un cuerno de guerra, una tormenta comenzó a rugir sobre la ciudad.


sábado, 20 de julio de 2019

El Mar Dorado y la Orilla Negra



Recuerdo la oscuridad. Recuerdo que todo era negro. Entonces fue cuando lo vi. El tenue brillo, la diminuta mota de luz dorada frente a mi, que iba creciendo y creciendo, aumentando en intensidad y tamaño cada vez más, empujando a las tinieblas, haciéndolas retroceder, hasta que llegó a mí y me sobrepasó, y me bañé en la luz dorada y entré en ella. Entonces llegué al mundo, a través de aquella marea cegadora y su cálido y protector abrazo.


Levanté entonces la mirada, y vi de dónde venía la luz y el calor, y me dijo que se llamaba Sol, y me invitó a acompañarlo, así que caminé hacia el.


Entonces aparecieron las ciudades, levantándose sobre la tierra, altas y orgullosas, y me abrieron las puertas de cristal y me preguntaron quién era, así que se lo enseñé. Todos se acercaron a la luz, y se maravillaron ante las cosas que provenían de ella, de mi.


Al final les pregunté, "¿Qué hay más allá, hacia el Sol?".


"Otra ciudad, más grande.", respondieron, y seguí mi camino.


Y la otra ciudad me abrió las puertas, y yo les mostré quién era, pero esta vez ellos también me mostraron cosas que no había visto antes, cosas maravillosas que eran suyas. Yo era feliz en aquella ciudad, pero tenía que seguir mi viaje, y llegó el momento de irme.


Al marcharme, pregunté la misma pregunta, y me dieron la misma respuesta, y ciudad tras ciudad, todas me daban la bienvenida, y ellas compartían lo que eran conmigo, y yo con ellas, y todo lo que tocaba mi luz crecía y brillaba como nunca antes lo había hecho, y cada vez que dejaba una ciudad, lo hacía satisfecho y feliz, con la promesa de algo más grande y maravilloso esperándome más allá.


Y llegó el momento en el que llegué a la que decían que era la última ciudad, y allí me dijeron que no podía seguir más allá, que ya no había nada más, que estaba mejor allí, o en cualquiera de las otras ciudades. Pero la luz es la verdad, y yo sabía que sus palabras no eran ciertas.


¿Cómo era posible que no hubiese más? Yo veía la tierra y veía los campos extenderse hasta el horizonte, y a la luz desaparecer tras el. Debía de haber algo más, el lugar al que iba el Sol cada noche, el Sol no podía descender hacia la nada, hacia la oscuridad, donde todo es negro. Tenía que haber más, así que dejé la ciudad, llevándome la misma tristeza que dejaba atrás, sin entender aquel nuevo sentimiento ni por qué la ciudad apartaba la mirada al verme marchar.


Seguí mi viaje, y el camino me llevó hasta que los campos se marchitaron y desaparecieron, hasta donde los árboles ya no crecían, y los animales no vivían, y hasta que el propio camino desapareció bajo mis pies, y la extensa llanura dio paso a las secas montañas de dura piedra. Y en aquella tierra yerma y alta, en lo más profundo de un angosto valle, encontré una ciudad, muy parecida a la primera de todas, la más pequeña pero a la que recordaba con más cariño, pero extraña, gris y apagada, y mirarla era tan descorazonador como entrar en una cueva de la que no puedes ver el fondo, o caminar por un desierto infinito, cuyo paisaje permanece siempre igual, como si estuviera congelado en el tiempo.

La ciudad me preguntó quién era, y se lo enseñé, y tras un día y una noche a sus pies, me abrieron sus puertas de piedra, yo recordé de nuevo lo que era el frío, y la ciudad conoció la luz. El brillo bañó las calles y las casas como una ola dorada, y todo aquello que estaba roto se arregló, y lo que era débil se fortaleció, y la ciudad celebró y festejó como nunca antes lo había hecho, y todos sus habitantes conocieron la abundancia, la virtud y la esperanza de un mañana mejor. Entonces, cuando fue el momento de irme, pregunté, "¿Qué hay más allá, hacia el Sol?"


"¿Qué es lo que quieres de el? ¿Qué es lo que deseas que te hace viajar tanto, sin disfrutar el descanso que mereces. Más allá no hay nada que importe. Solo tu importas.", respondieron, y me pidieron que me quedase con ellos, y me nombrarían su Rey, y sería el Hombre mas poderoso del mundo.


"Yo no soy más que un pálido reflejo, El Sol es la Luz, y me llama. Yo soy de él, no de vosotros, ni de la tierra.". Pero la ciudad había visto lo que podía hacer, y lo codiciaban para sí, porque el único lugar donde la luz no había podido llegar era al corazón de aquellos Hombres rotos y abandonados, y cerraron las puertas. Cuando intenté atravesarlas, descubrí que yo ya no era como al principio, y que en cada ciudad había dejado una parte de mi. Esto dejó una extraña sensación de alivio en mi, pues ahora el reflejo de mi luz viviría siempre en ellos, pero eso también me había dejado débil, y pequeño, como las estrellas que brillan cuando el Sol no está.


Entonces le vi, con su gran corona de fuego, descender y desaparecer tras el horizonte, y supe que era la última vez que vería su Luz. Jamás abandonaría aquella lejana ciudad más allá del mundo, ni vería el lugar dónde mora el Sol. El amor, la felicidad, y la sed de saber que ardían en mi interior se extinguieron, y unos brazos, fríos e invisibles, me rodearon, y me guiaron a través de una puerta invisible.


Recuerdo el principio, lo que yace antes y más allá del terrible umbral, en la oscuridad. Ahora la luz pasa a través de mi y a mi alrededor, alejándose esta vez, como la ola que se retira de la orilla después de romper contra ella y deja sobre la arena cosas muertas y cosas rotas. Y entre esas cosas, yo, una sombra de lo que una vez fui, varado sobre la fría y negra orilla infinita, esperando las olas doradas.