Recuerdo
la oscuridad. Recuerdo que todo era negro. Entonces fue cuando lo vi.
El tenue brillo, la diminuta mota de luz dorada frente a mi, que iba
creciendo y creciendo, aumentando en intensidad y tamaño cada vez
más, empujando a las tinieblas, haciéndolas retroceder, hasta que
llegó a mí y me sobrepasó, y me bañé en la luz dorada y entré
en ella. Entonces llegué al mundo, a través de aquella marea cegadora
y su cálido y protector abrazo.
Levanté
entonces la mirada, y vi de dónde venía la luz y el calor, y me dijo
que se llamaba Sol, y me invitó a acompañarlo, así que caminé
hacia el.
Entonces
aparecieron las ciudades, levantándose sobre la tierra, altas y
orgullosas, y me abrieron las puertas de cristal y me preguntaron
quién era, así que se lo enseñé. Todos se acercaron a la luz, y
se maravillaron ante las cosas que provenían de ella, de mi.
Al
final les pregunté, "¿Qué hay más allá, hacia el Sol?".
"Otra
ciudad, más grande.", respondieron, y seguí mi camino.
Y
la otra ciudad me abrió las puertas, y yo les mostré quién era,
pero esta vez ellos también me mostraron cosas que no había visto
antes, cosas maravillosas que eran suyas. Yo era feliz en aquella
ciudad, pero tenía que seguir mi viaje, y llegó el momento de irme.
Al
marcharme, pregunté la misma pregunta, y me dieron la misma
respuesta, y ciudad tras ciudad, todas me daban la bienvenida, y
ellas compartían lo que eran conmigo, y yo con ellas, y todo lo que
tocaba mi luz crecía y brillaba como nunca antes lo había hecho, y
cada vez que dejaba una ciudad, lo hacía satisfecho y feliz, con la promesa de algo más grande y maravilloso esperándome más allá.
Y
llegó el momento en el que llegué a la que decían que era la última ciudad, y allí me dijeron que no podía
seguir más allá, que ya no había nada más, que estaba mejor allí,
o en cualquiera de las otras ciudades. Pero la luz es la verdad, y yo
sabía que sus palabras no eran ciertas.
¿Cómo
era posible que no hubiese más? Yo veía la tierra y veía los
campos extenderse hasta el horizonte, y a la luz desaparecer tras el.
Debía de haber algo más, el lugar al que iba el Sol cada noche, el
Sol no podía descender hacia la nada, hacia la oscuridad, donde todo
es negro. Tenía que haber más, así que dejé la ciudad, llevándome
la misma tristeza que dejaba atrás, sin entender aquel nuevo
sentimiento ni por qué la ciudad apartaba la mirada al verme
marchar.
Seguí
mi viaje, y el camino me llevó hasta que los campos se marchitaron y
desaparecieron, hasta donde los árboles ya no crecían, y los
animales no vivían, y hasta que el propio camino desapareció bajo
mis pies, y la extensa llanura dio paso a las secas montañas de dura
piedra. Y en aquella tierra yerma y alta, en lo más profundo de un
angosto valle, encontré una ciudad, muy parecida a la primera de
todas, la más pequeña pero a la que recordaba con más cariño,
pero extraña, gris y apagada, y mirarla era tan descorazonador como
entrar en una cueva de la que no puedes ver el fondo, o caminar por
un desierto infinito, cuyo paisaje permanece siempre igual, como si
estuviera congelado en el tiempo.
La
ciudad me preguntó quién era, y se lo enseñé, y tras un día y
una noche a sus pies, me abrieron sus puertas de piedra, yo recordé de nuevo lo que era el frío, y la ciudad
conoció la luz. El brillo bañó las calles y las casas como una ola
dorada, y todo aquello que estaba roto se arregló, y lo que era
débil se fortaleció, y la ciudad celebró y festejó como nunca
antes lo había hecho, y todos sus habitantes conocieron la
abundancia, la virtud y la esperanza de un mañana mejor. Entonces,
cuando fue el momento de irme, pregunté, "¿Qué hay más allá,
hacia el Sol?"
"¿Qué
es lo que quieres de el? ¿Qué es lo que deseas que te hace viajar
tanto, sin disfrutar el descanso que mereces. Más allá
no hay nada que importe. Solo tu importas.", respondieron, y me
pidieron que me quedase con ellos, y me nombrarían su Rey, y sería
el Hombre mas poderoso del mundo.
"Yo no soy más que un pálido reflejo, El
Sol es la Luz, y me llama. Yo soy de él, no de vosotros, ni de la
tierra.". Pero la ciudad había visto lo que podía hacer, y lo codiciaban para sí, porque el único lugar donde la luz no había podido llegar
era al corazón de aquellos Hombres rotos y abandonados, y cerraron
las puertas. Cuando intenté atravesarlas, descubrí que yo ya no era
como al principio, y que en cada ciudad había dejado una parte de
mi. Esto dejó una extraña sensación de alivio en mi, pues ahora
el reflejo de mi luz viviría siempre en ellos, pero eso también me
había dejado débil, y pequeño, como las estrellas que brillan
cuando el Sol no está.
Entonces
le vi, con su gran corona de fuego, descender y desaparecer tras el
horizonte, y supe que era la última vez que vería su Luz. Jamás
abandonaría aquella lejana ciudad más allá del mundo, ni vería el
lugar dónde mora el Sol. El amor, la felicidad, y la sed de saber
que ardían en mi interior se extinguieron, y unos brazos, fríos e
invisibles, me rodearon, y me guiaron a través de una puerta
invisible.
Recuerdo el principio, lo que yace antes y más allá del
terrible umbral, en la oscuridad. Ahora la luz pasa a través de mi y a
mi alrededor, alejándose esta vez, como la ola que se retira de la
orilla después de romper contra ella y deja sobre la arena cosas
muertas y cosas rotas. Y entre esas cosas, yo, una sombra
de lo que una vez fui, varado sobre la fría y negra orilla infinita, esperando las olas doradas.